“Cuando Jesús terminó de hablar, toda la gente estaba admirada de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad…” Mateo 7: 28-29
Quien no recuerda a alguno de sus maestros, en forma muy especial?
Si comenzamos a rememorar, aparecen aquellos recuerdos muy gratos, quizás, de algún momento o situación en particular, en que nos sucedió algo valioso por la intervención del maestro, maestra. Pero, qué magia habrá ocurrido, para que quedara tan grabado ese momento y esa intervención?
Convengamos que en el recorrido de nuestra vida escolar, primaria, secundaria, terciaria como universitaria, fueron muchos, pero muchos nuestros docentes.
Hablamos de buenos y malos maestros, buena y mala educación, buenas y malas escuelas, educación de calidad, haciendo hincapié especialmente en la formación académica de los docentes, en los años de experiencia, en la cantidad de perfeccionamientos realizados, en su responsabilidad para con la tarea, en la cantidad de conocimientos que deberá demostrar para ser un supuesto buen docente, como en el despliegue de materiales del que haga uso.
En cierto sentido esta magia a la que me refiero, tiene mucho que ver, con un aspecto del “ser enseñante”, del que se habla bien poco. Me refiero a su esencia como ser humano, a su particular tendencia a ofrecer al otro, al “ser aprendiz” un camino, que por más sinuoso, le permita un recorrido seguro con el acompañamiento de quien le enseña, su maestro. Éste, básicamente, cuenta con una formación académica, más o menos standard para la función que cumpla, con los métodos más o menos ortodoxos, con los materiales, más o menos actuales, en las escuelas más o menos buenas, y con mayor o menor experiencia. Pero lo que nunca podrá dejar de estar presente, es esa mirada del que sabe, sin sentirse dueño del saber, que mira al que aprende, como a aquel otro, que está enfrente, y lo refleja. Una mirada que da luz y significado al otro, quien fue y es llamado aún hoy: Alumno, o sin luz!
Pero que Sí! tiene luz, la suya propia, la que lo hace sujeto, tan humano que requiere de otro para transitar el camino del aprender, como le sucedió a quien le enseña, su maestro, que también seguirá aprendiendo de otros y con otros.
A estos maestros, con esta actitud, del saber sin poder, del mostrar sin dominar, del ofrecer sin digitar, del brindar sin avasallar, que respetan al otro, a ese aprendiz de la vida al momento de enseñar, y que provocan y favorecen la necesidad de aprender y de saber; valorizando sus espacios emocionales, generando vínculos humanos y esperanzadores…a esos maestros, que son muchísimos es a quienes me refiero.
Estos prestidigitadores del enseñar en busca de una magia para el que aprende, que abrirán caminos, diversos, intrincados, angostos, poco claros, a través de su saber, y de su saber ser, que es nada más y nada menos que ser humano con la conciencia y el impulso de facilitador de los procesos de aprender a ser humano.
A estos artesanos de la vida, los saludo en nuestro día agradeciendo a aquellos maestros que me ayudaron a construir mi propio camino.
“Pues si yo, el Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho. Les aseguro que ningún criado es más que su amo y que ningún enviado es más que el que lo envía.” S. Juan 13: 14-16.
Susana Pedetti
Vice-Coordinadora
Femma y Pastoral de la Mujer
No hay comentarios:
Publicar un comentario