sábado, 21 de agosto de 2010

Las mujeres, la misión y el ministerio en situación de liderazgo

 

 

 
Entendemos que el llamado hecho por Dios a su Iglesia a través de la historia es el manifestar el Reino de Dios y su Justicia, y la tarea de nuestra proclamación es incentivar a todos los hermanos/as de nuestras congregaciones locales a cumplir con ese llamado y vocación en todas las áreas de la vida humana.

 
Nuestra Fe se fundamenta en Dios que se revela en la Historia humana. El propósito de ese “darse a conocer” de Dios es siempre Salvador. La Biblia atestigua cómo Dios se revela y al hacerlo, cómo llama a los seres humanos a formar parte de su Misión salvadora.

 
Dios, fiel a su pacto de vida plena para sus criaturas y su creación, llama continuamente a las personas. Ese llamado personal tiene repercusiones comunitarias. “En ti serán benditas todas las naciones” (Génesis 15), fue la promesa de Dios a Abraham.

 
Nosotros somos testigos de la fidelidad de Dios a esa promesa, y a la vez responsables de responder a la convocatoria de incluirnos, -como pueblo llamado-, en la Misión de Dios en el mundo.

 
En Jesucristo, la revelación total de Dios, descubrimos que el llamado es a manifestar el Reino de Dios y su Justicia. La Iglesia nace por el poder del Espíritu como "Misión", como proclamadora de esa Salvación y vida plena ofrecida por Dios en Jesucristo a toda persona. Por ello la "Misión" no se restringe a tareas a realizar, si no que la Iglesia cumple su "Misión" en la medida que se mantiene fiel a su pacto de Vida y abierta a la guía del Espíritu Santo.

 
En ese sentido entendemos que como parte de esa "Misión" nuestro ser Iglesia incluye: alabanza (Efesios 1:12 y 16), proclamación profética, enseñanza, comunión, servicio y oración por los enfermos y endemoniados (Marcos 16:15- 18; Mateo 28:18-21; Efesios 4:11-13; etc.).

 
Esta "Misión" será al estilo de Jesucristo: inclusiva, misericordiosa, compasiva, desafiante y servicial.

 
El llamado, junto con el envío es la parte central para nosotras. Jesús nos dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena nueva…” (Mc 16:15-18). Leemos en Efesios 1:23 que Dios llama a todos los creyentes al incluirlos en la resurrección de Jesucristo. Si la iglesia somos todos y todas, de la iglesia somos responsables todos/as. El ministerio de la iglesia es el ministerio del pueblo congregado por Dios, de la comunión de todos los miembros de ese pueblo donde ya no hay judío o griego, ni señor o esclavo, ni varón o mujer. Todo ministerio debe ser comprendido a la luz de Cristo, quien ha venido no para ser servido sino para servir (Mc 10:45). Él es quien dice: “Como mi Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Jn 20:21). Así, nuestra vocación en Cristo nos obliga a un compromiso humilde, que nos cuesta y nos pone al servicio de las necesidades de la humanidad. Solamente así podemos comprender el ministerio de todo el pueblo de Dios, y el servir y formar a la iglesia por medio de la distribución de los ministerios de Cristo.

 
Pero la mujer tiene problemas cuando se habla de liderazgo. Está tan arraigado por el paso de los años, la idea de que el liderazgo en la iglesia está en manos de los hombres, que a la mujer le ha resultado muy dificultosa la tarea en ámbitos de poder. Y con esto no solo nos referimos al ministerio ordenado sino también al ministerio laico. Sin embrago es necesario resaltar nuevamente y a pesar de todo la idea de misión compartida donde tanto el hombre como la mujer fueron llamados a compartir la misma tarea.

 
Conocemos la misión de las mujeres en la Biblia y también de su rol de líderes o responsables de acciones importantes en el pueblo de Dios. Cada una de ellas ha puesto al servicio de los demás sus dones dados por Dios por medio del Espíritu Santo.

 
Apelar a la autoridad del Espíritu no es nuevo en una iglesia que nació del Espíritu (Hch 2:17), nos dice Letty Russell en su libro La iglesia como comunidad inclusiva. Pablo comparte el énfasis en la importancia del Espíritu en la vida de la iglesia. Por ese motivo, en Romanos 6:23 afirma que “el don gratuito de Dios (carisma) es vida eterna en Cristo Jesús”. Para el apóstol, la prueba del carisma genuino no se manifiesta por medio de poderes sobrenaturales, sino en el servicio que ofrece. Es un don gratuito de la comunidad y su propósito es fortalecer tal comunidad y su servicio (1ª Cor. 14). A todas las personas bautizadas en nombre de la Trinidad se les ha otorgado el poder para ofrecer su cuerpo en el servicio de Dios como su culto espiritual (Ro. 12:1).

 

Para enriquecernos hay textos que nos hablan de misión y liderazgo, y aunque están dirigidos a líderes hombres, tengo la esperanza de que podamos verlos con ojos de mujer.

 
Textos:
  • 2 Reyes 22: 14-20 La profetiza Hulda
  • 1ª Corintios 12: 4-30 Diversidad y unidad de dones
  • Tito 2: 1-15 Frente a los miembros de la comunidad
  • Tito 3: 1-11 Deberes de todos los creyentes
  • Juan 4: 1-42 La samaritana del pozo
  • Romanos 15: 14-21 El trabajo apostólico de Pablo

Pastora Mariana Beux
Neuquén Capital – General Roca (Río Negro) III Región

 

 

 

 

 

 

 

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